El aspecto del año 2000 y de todas las predicciones que confunden el cambio de milenio con el fin del mundo, concuerdan con el despliegue de una teoría que se autodenomina posmodernidad y que en esencia asegura que todas las catástrofes del siglo XX se originaron por el endiosamiento de la razón totalizadora, planificadora, científica y técnica en contra del acontecer natural y social de los individuos.
La posmodernidad constata el fallecimiento de los grandes sistemas teóricos del siglo XX que pretendieron explicar de manera omnímoda la vida de los seres humanos y de las sociedades en el marco de una evolución regulada teleológicamente hacia el progreso. El racionalismo, el positivismo, el marxismo, el fascismo, el comunismo, el psicoanálisis, el cientifismo, o el modelo neoliberal son doctrinas que ofrecieron la salvación, que prometieron la liberación, o al menos un futuro mejor, más seguro, de mayor prosperidad y progreso. Pero hoy día casi nadie cree en estos grandes relatos (LYOTARD, 1984).
Aunque la posmodernidad no intente ser una teoría más, sino más bien la constatación de una condición propia de la época actual, la verdad es que su anuncio del fin de los grandes sistemas, de los grandes relatos y del progreso mismo, adquiere cierto sabor escatológico propio de los relatos proféticos y apocalípticos del fin de milenio. Sin embargo, tal constatación conduce a una reflexión acerca de la pedagogía, en cuanto esta disciplina, situada en el centro de los desarrollos histórico-culturales de Occidente, desde la ilustración ha estado al vaivén de los grandes relatos socioculturales mencionados.
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