Uno de los elementos más significativos que constituye la cotidianidad en el aula de clases es el conocimiento. Este conocimiento se establece por un lado por el uso de los programas y libros escolares, y por otro, por el conjunto no homogéneo de prácticas que tanto docentes como algunos constituyen en su relación, en donde adquieren relación específica, por nombrar algunos ejemplos, las palabras dictado y examen, o bien los silencios o las miradas de aprobación o reprobación.
Los contenidos académicos no son los que logran parecer, porque al tomar cuerpo o concretarse en el espacio privilegiado del aula de clases, se traman con el universo de relaciones entre el docente y los estudiantes; son estos sujetos quienes en el microcosmos escolar los asumen, los reconstruyen, los median, los restituyen o los olvidan.
Los contenidos académicos son exhibidos generalmente con carácter de verdaderos y en ese sentido, se puede decir que transmiten perspectivas de mundo acreditado, las cuales constituyen el trazado en el cual los sujetos llevan a cabo sus apropiaciones, ya sea aceptando, rechazando o construyendo conocimientos.
La importancia de la relación de los educandos con los contenidos escolares reside, justamente, en que éstos son presentados como los verdaderos conocimientos, implicando una cierta autoridad por medio de la cual, a la vez, definen implícitamente lo que no es conocimiento válido. Es por la fuerza de la legalidad de los contenidos académicos transmitidos, que se dificulta por igual a docentes y estudiantes identificar como conocimiento válido sus propios conocimientos marginales que están presentes también en el aula.
Los contenidos académicos definen así los límites de lo válidamente comprensible a partir de la experiencia escolar y en esa medida definen autorizadamente, lo que es el mundo para el sujeto. Se puede considerar los conocimientos que se transmiten en la enseñanza como una proposición de la cultura en y a través del lenguaje y de los comportamientos; ésta se encuentra tanto en lo que se dice y se hace como en lo que se calla y niega. No obstante, esta propuesta cultural no se transmite siempre, ni en todas las instituciones educativas, ni en todas las aulas de la misma manera, por más que el programa sea uno.
En síntesis, se puede reflexionar que esto se debe, a que el lugar donde el conocimiento se transforma en una particular explicación de la realidad es el sujeto; esta acumulación por tanto no es estable, homogénea, unívoca para toda situación social. La transformación del conocimiento tiene relación con la historia de los docentes, en tanto los educadores; y con la historia de los estudiantes en los mismos sentidos; historias que se ponen en juego en la lógica de interacción en el salón. Los contenidos académicos son un particular modo de existencia social del conocimiento y la escuela el espacio específico donde éste es reconstruido y definido.
Además, cada docente por medio de una determinada lógica de interacción presenta el conocimiento de un modo singular. El aula de clases constituye una instancia de definición del conocimiento ya que además de ser el espacio concreto donde ocurre la síntesis particular de las mediaciones de las formas de conocimiento, prescribe en su diseño las posibilidades y limitaciones de las relaciones con el conocimiento.
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