El rol del docente tradicional ha llevado a considerar al aprendizaje como el único o el más importante factor del desempeño profesional. Convendría revisar las inversiones y esfuerzos elaborados por países en este campo y contrastar con los resultados educativos, para pensar que algo anda mal. No se trata de afirmar que la calidad del desempeño docente se mide exclusivamente por los logros de aprendizaje de sus estudiantes, pero es axiomático que es un factor determinante o es el factor que puede hacer la diferencia en la gestión educativa y pedagógica.
La labor docente, desde una visión renovada e integral, puede entenderse como el proceso de reunión de sus capacidades profesionales, su disposición personal y su responsabilidad social para modular relaciones significativas entre los componentes que impactan la formación de los estudiantes; para participar en la gestión educativa; vigorizar una cultura institucional democrática, e intervenir en el diseño, implementación y evaluación de políticas educativas locales y nacionales, para sembrar en los estudiantes aprendizajes y desarrollo de competencias y habilidades para la vida. El axioma anterior manifiesta los roles de los docentes en tres dimensiones: la de los aprendizajes de los educandos, la de la gestión educativa, y la de las políticas educativas.
La primera, los aprendizajes, es fundamental. La razón de ser los docentes es facilitar el aprendizaje de sus estudiantes; no se puede creer su compromiso al margen de lo que sus estudiantes aprenden. A su vez, el grado de responsabilidad sobre los resultados de esta labor, las expectativas sobre el rendimiento de sus estudiantes, están asociados estrechamente con las siguientes dos dimensiones. La dimensión de la gestión educativa, bajo los nuevos conceptos de participación, pertenencia, toma de decisiones y liderazgo compartido en las escuelas, alude a docentes que hacen suya la realidad de la escuela y de la comunidad donde se ubica, que traducen las demandas de su entorno y las políticas educativas en el proyecto estratégico para su escuela, al mismo tiempo que lo hacen en su práctica pedagógica.
Esta dimensión describe a educadores que planifican, monitorean y evalúan juntos su trabajo; que revisan sus prácticas y sistematizan sus avances; que se sienten fortalecidos en el equipo docente y se relacionan con otros colegas y otras escuelas en redes de aprendizaje docente; que tienen una actitud crítica y propositiva y procesan las orientaciones centrales a la luz de su realidad y sus saberes.
La dimensión de las políticas educativas reseña a la participación de los docentes en su formulación, ejecución y evaluación. Los sistemas educativos, han utilizado equipos de “planificadores” que definen desde su conocimiento académico lo que la sociedad, las comunidades y las escuelas necesitan. Hay prácticas interesantes que muestran cómo se pueden generar procesos participativos horizontales para diseñar políticas nacionales de consenso que se conviertan en políticas locales y orientaciones asumidas por todos los involucrados en educación.
Son procesos no libres de dificultades. Si bien lo difícil no es igual a imposible, hay que reconocer que las prácticas de consulta y toma de decisiones democráticas mueven las bases de sistemas levantados sobre la verticalidad. Las consultas y decisiones colectivas necesitan mecanismos que hagan viable la participación de todos los involucrados, que “acerquen” los debates y decisiones a los niveles más cotidianos para que integren a las escuelas, a los docentes y a las familias. Esto implica abrir espacios en los niveles locales, provinciales, estaduales, etc., para conseguir que las grandes políticas tengan sentido para quienes, en último término, serán responsables de ejecutarlas en condiciones y contextos diversos.
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