Los cambios respecto a su práctica en la enseñanza, tanto desde perspectivas psicológicas (formación y entrenamiento para el autocontrol emocional, la resolución de conflictos, el manejo del estrés en situaciones conflictivas habituales…) como desde contextos pedagógicos (optimización de la tarea docente desde perspectivas didácticas) les suponen una exigencia añadida.
El docente lo que lo obliga, lo hace esforzarse en adquirir las habilidades de las que carece para el logro del éxito en sus funciones; aunque son numerosas las propuestas de los teóricos que van orientadas a ese segundo momento del modelo definido por Guskey para potenciar el cambio en los docentes: cambios en la práctica del docente.
La experiencia les muestra que es poco probable que se produzcan cambios significativos y estables en el profesorado cuando entendemos que esos cambios se justifican sólo en el mismo cambio propuesto. Es difícil que los docentes modifiquen su conducta sin estar plenamente convencidos y ser conscientes de qué es lo que hacen y cómo lo que hacen repercutirá en los estudiantes y en ellos mismos.
Por ello es justo insistir en la relevancia de ampliar las investigaciones que se han centrado en las actitudes del docente, en sus procesos cognitivos y en la personalidad del docente, así como en la relevancia de aplicar intervenciones facilitadoras del desarrollo humano del profesorado en el contexto de su éxito profesional, ya que es cada docente quien puede utilizar las estrategias, mostrar las habilidades o aplicar las técnicas que permitan el afrontamiento exitoso, su propio autocontrol emocional o la resolución de los problemas de los que dependen su calidad profesional y su propio desarrollo personal.
Buena parte de los cursos y actividades de formación patrocinadas en las investigaciones ya citadas abordan el aprendizaje de estrategias de autocontrol emocional, manejo del estrés, resolución de conflictos, etc. desde la perspectiva funcional de mejorar la práctica docente. Está ampliamente demostrado que los cambios en actitudes y creencias del docente afectan al rendimiento de los estudiantes y refuerzan los cambios del mismo docente, el cual modifica su práctica profesional.
Los cambios en el comportamiento y en el rendimiento de los estudiantes contribuyen a modificar las actitudes del docente y los cambios actitudinales del docente modifican el comportamiento y el rendimiento de los estudiantes. Pero también los cambios actitudinales del profesorado generan modificaciones en la práctica del propio profesorado incidiendo en el desarrollo profesional del docente. Así, el hecho de que el estudiantes empiece a respetar el turno de palabra, incremente la atención en las explicaciones de clase o mejore su conducta de trabajo contribuye a que el profesorado muestre actitudes positivas hacia sus tareas docentes, ayuda a que el docente piense y sienta que su profesión vale la pena y le estimula a esforzarse más y a ocuparse más de las personalidad de sus estudiantes. Y de ello se deriva otra praxis docente.
Del mismo modo la calidad en la actuación docente también mejora el comportamiento y el rendimiento de los estudiantes.
Las variables cognitivas individuales (atribuciones, creencias, expectativas... del profesorado) son las que determinarán que, en cada caso, cada docente, opte por esforzarse en optimizar sus intervenciones para provocar la mejoría en los estudiantes o por esperar a que sea los estudiantes o el Sistema quienes mejoren y que estos cambios le estimulen a actitudes positivas en la profesión.
Además, los cambios en la calidad y cantidad de aprendizaje de los estudiantes condicionan, retroalimentando, la conducta del docente por reforzamiento o extinción de su práctica. Los cambios actitudinales optimizados del docente suscitan y potencian su desarrollo profesional, motivan cambios de su didáctica e inciden en el mismo rendimiento de los estudiantes, ya que incrementan su eficacia como mediador en el proceso de Enseñanza/Aprendizaje y mejoran sus expectativas y su consideración sobre los estudiantes.
Todo ello exige que no se pueda limitar las intervenciones de formación del profesorado a los aspectos técnico-didácticos, estructurales y funcionales, como si el cambio necesario pudiese producirse desde la aplicación mecánica de estrategias, técnicas y metodologías, inclusive aquellas técnicas que proceden del campo de la psicología. En el docente, el desarrollo profesional suele coincidir con el personal. (Hargreaves)
Y se debe recordar que la importancia de su desarrollo como docentes también radica, desde una perspectiva funcional, en la incidencia que tienen sobre la personalidad de sus estudiantes: personas que por estar viviendo su infancia o su adolescencia son especialmente vulnerables y en las cuales las vivencias son más significativas en la estructuración de su desarrollo posterior. En estas etapas el adulto docente constituye un referente en la construcción de la identidad y de la cosmovisión de sus alumnos, de sus formas de verse en el mundo y de interactuar con otras personas.
Consideramos que la necesidad de nuestra mediación en el aprendizaje y en el desarrollo de los estudiantes ya está suficientemente documentada por la psicología educativa y la pedagogía. Complementariamente se están destacando ahora su necesidad de obtener logros en sus intervenciones educativas con los estudiantes. Cualquier análisis integral de la crisis de la enseñanza deberá valorar cómo ambos, profesorado y estudiantes, nos precisamos recíprocamente para la consecución de nuestras metas de desarrollo personal, a pesar de que no todos los estudiantes, ni todo el profesorado sean conscientes de ello.
Y si aún se precisara justificar su insistencia en la necesidad de priorizar esfuerzos para propiciar el desarrollo personal del docente en el ejercicio de la profesión, se analizara que la consideración del desarrollo personal como factor de motivación en el ejercicio profesional es tal que ha extrapolado ya los contextos tradicionalmente más humanistas, influyendo en aquellos que habitualmente se mostraban más competitivos por la producción. Hoy, la nueva cultura de empresa, insiste en que el factor humano no es importante, sino que es lo más importante. El factor humano es, sencillamente, la empresa. (Quintanilla)
Hoy también se insiste en la necesidad de potenciar el desarrollo profesional del profesorado y de sus objetivos personales dentro del contexto docente (innovación) como vía necesaria para posibilitar la implicación eficaz y creativa en los objetivos educativos.
Del mismo modo la ausencia de motivación e interés por el ejercicio de la profesión en un docente son difícilmente compensables a través de la formación en contenidos curriculares y/o en didáctica; así como las carencias reales de recursos precisos no se resuelven desde la motivación ni desde la formación.
Finalmente, las deficiencias detectadas en uno de los niveles deben ser corregidas en actuaciones congruentes en el mismo nivel. Su intento de compensación desde actuaciones en otros niveles adolecerá de eficiencia, incluso de eficacia, y supondrá un alto coste personal y de la organización.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario