El hombre puede ser inteligente y tener destreza en el manejo de instrumentos, pero de esas virtudes puede hacerse un uso digno y ansiado o mezquino e indigno. Más allá de lo cognitivo y lo instrumental existe una dimensión fundamentalmente humana. Se trata de lo axiológico, lo que tiene que ver con la capacidad humana para valorar, para apreciar el valor de las cosas y las acciones. Justamente, la que nos permite preferir lo deseable de entre lo posible.
Aprender a apreciar, es tomar conciencia de que, además de la verdad y la utilidad, existen los valores, los criterios que nos permiten distinguir y elegir lo más bueno, lo más bello y lo más justo. La dimensión calificativa de la condición humana no es menos esencial que las competencias cognitivas y técnicas. Comprender lo que debemos hacer, como algo diferente de lo que podemos hacer, requiere del desarrollo del criterio moral. Apreciar es, por tanto, asumir la existencia de un ámbito intangible que nos permite ir más allá de lo fáctico. Y es, probablemente, el descubrimiento de esa dimensión de los valores lo que da sentido a la vida humana y permite definir en ella proyectos orientados por la idea de felicidad.
No obstante, la educación axiológica, tanto en lo moral como en lo estético, se ha considerado muchas veces como algo extraño en las instituciones educativas, algo previo a ella o posterior a ella, una responsabilidad del entorno familiar y social. El hecho de que la formación del juicio moral o estético haya podido ser considerada, en ocasiones, como sinónimo del adoctrinamiento, ha motivado que no sean pocos los que reclaman una institución axiológicamente neutral, comprometida sólo con el conocimiento y, si acaso, con la formación técnica o profesional.
Una institución educativa en la que no tengan capacidad los temas controvertidos de carácter ético, estético o político. Esta duda se justifica porque, cuando han entrado en las aulas, los valores no se han orientado siempre hacia la creación de espacios públicos en los que sea posible la deliberación y el aprendizaje de la naturaleza controvertida de los temas éticos y estéticos. Por el contrario, muchas veces, cuando la institución educativa ha albergado valores ha hecho que unos predominen sobre otros, que el aprendizaje de determinados planteamientos morales o estéticos haya consistido en su imposición y en la negación de otros alternativos.
En síntesis, aprender a apreciar, es fundamental en la formación de una ciudadanía democrática. Una persona que es capaz de juzgar moral y estéticamente el mundo en el que vive, es más probable que sienta la necesidad de comprometerse activamente en su mejora. Por eso, aprender a apreciar puede ser la tercera superficie irreductible de una educación integral de los seres humanos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario