Durante muchos años las instituciones educativas estaban organizadas en función de las competencias de los estudiantes y su estabilidad en los diversos grupos o clases dependía de su dominio de las competencias que en estas clases se requerían. Las instituciones modernas se organizan en función de la edad, asumiendo que todos los educandos de las mismas edades tienen, las mismas necesidades y demandas educativas.
Los involucrados en el ámbito educativo saben que la capacidad de aprendizaje de los estudiantes de las mismas edades varía considerablemente, incluso en los grupos considerados homogéneos. Las diferencias pueden llegar a más de dos o tres años de escolaridad. La institución educativa actual se basa en el desarrollo del currículo preferentemente en la acción del docente, sobre quien recae el peso didáctico, siendo el educando en muchas ocasiones un espectador. Siendo así que el ritmo lo establece el educador, de acuerdo con el grupo, la enseñanza se convierte en una actividad grupal no individual.
Hoy en día, se habla de cambiar el modelo de enseñanza y que debe ser orientada al aprendizaje y no a la transmisión de conocimientos. Esta es una afirmación que conviene matizar y reformular, se hace imprescindible para que se pueda promover el aprendizaje. Lo que probablemente se quiere señalar es que es preciso promover una institución educativa que fomente al máximo la participación de los educandos en la adquisición de sus propios aprendizajes, huyendo de los métodos didácticos un tanto pasivos, que les sustraen a los estudiantes el protagonismo que les pertenece. Esto se relaciona además con el interés por desarrollar el aprendizaje autónomo, el esfuerzo y la autoexigencia.
No obstante, el aprendizaje siempre es personal y se produce como una conquista del que aprende. De lo que se debe hablar, es de qué tipo de aprendizajes se desea enseñar-aprender y de qué metodologías podrían beneficiar los involucrados, para que éste fuera más flexible, más permeable, más abierto al cambio y a la modificación continua, tanto como corresponde al progreso de los saberes en cada campo de la actividad humana.
En síntesis, la formación de los educadores tiene que darse en dos planos: uno tiene que ver con la formación pedagógica y didáctica permanente, que fomente el manejo eficiente de estas técnicas de individualización. El otro con su capacitación intelectual. No basta con conocer lo que contienen los libros, es preciso un recorrido intelectual. No olvidemos que ningún sistema educativo es mejor que sus docentes.
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